Tenemos que estar en el aeropuerto a las 16, por tanto la idea de hoy es hacer shopping: bueno, eso es lo que piensa Nacho al menos. Con este panorama no entiende porqué insisto en que tenemos que levantarnos siendo tan temprano.
¿Será que Orlando hizo aflorar mi lado consumista? La realidad es que le tengo preparada una sorpresa: en la mañana tengo reservas para hacer paracaidismo indoor.
Nacho se viste con jean y camisa, mientras yo estoy de short y remera. Sutilmente le sugiero que se ponga un atuendo más cómodo; no tengo éxito. Creo que para el tipo de actividad que vamos a realizar no es la ropa más adecuada, así que le digo que confíe en mi y que se ponga otra cosa.
Para que trance tengo que decirle que vamos a hacer una parada antes de hacer shopping y finalmente acepta cambiarse.
Durante todo el desayuno me intenta sacar de mentira a verdad: sabe que soy capáz de cualquier cosa y se ve que está nervioso de qué suerte correrá esta vez. Yo mientras tanto lo único que estoy pensando es en que esta sorpresa salga bien y no como la del Monte Wilson.
En aquella oportunidad tenía todo pronto: durante meses estuve coordinando la visita para poder utilizar varias horas el mismísimo telescopio con el que se descubrió que el sol no se encuentra en el centro de la Via Láctea.
Recorrí virtualmente en Google decenas de veces el camino entre las montañas para saber cómo llegar al observatorio. Hasta había conseguido que una astrónoma del Caltech que hablaba español nos acompañara a desentrañar los misterios del cosmos ese día.
Pero hay veces que las cosas no son para uno: un mes antes del viaje el calor estival hizo estragos en Pasadena desencadenando incendios monstruosos que dejaron el observatorio al borde de la destrucción. Todos los días entraba al sitio web para ver la cámara del observatorio y contemplaba la triste realidad: humo por todos lados y el fuego avanzando descontrolado.
Mientras tanto Nacho en su ignorancia miraba en el informativo las imágenes del desastre sin demasiada preocupación: eso estaba pasando muy lejos de su realidad.
Por suerte después de esfuerzos extraordinarios lograron detener el fuego y el observatorio se salvó; lástima que quedó todo tan destruido que no había forma de llegar allí de manera segura. Los deslizamientos de tierra eran cosas de todos los días y había que reconstruir los caminos.
Y como si fuera poco los animales autóctonos tratando de sobrevivir habían decidido mudarse cerca del lugar. Ejemplo de ello era un oso que merodeaba las instalaciones para recuperar comida de los tachos de basura.
En definitiva otro ítem más para mi "bucket list".
Esta vez la operación es más simple: sólo lo tengo que llevar hasta iFly Orlando para nuestra última dosis de adrenalina.
La primera es chin up (mentón hacia arriba) y el gesto que lo indica es el dedo índice apuntando hacia el techo. La segunda es hold still (mantener la posición). Si uno anda haciendo movimientos bruscos lo más probable es que termine dando vueltas descontroladas. La seña asociada es ambas manos abiertas paralelas al piso. Y la última y más importante es que no importa lo que pase... siempre relax. El instructor nos saca una sonrisa mientras dice esto haciendo el gesto de hang loose.
Dado que tenemos controlada la tríada, nos explica cómo entrar y salir del túnel, cómo colocar los brazos y demás.
Ahora la parte divertida: nos vestimos con unos mamelucos, nos ponemos tapones para los oídos, casco y lentes. Antes de ponerme el casco el instructor me da una gomita de pelo para que me lo ate si es que no quiero tenerlo enredado el resto de mi vida.
La entrada al túnel de viento la haremos en dos tandas de dos minutos cada uno. Intercalados a nosotros volarán un par de profesionales: un instructor de paracaidismo y su alumna que está preparándose para ser instructora también.
Voy primera. Me paro en la puerta con los brazos cruzados en el pecho como si fuera una momia egipcia y me dejo caer hacia adelante al mismo tiempo que extiendo los brazos.
| Y a partir de este momento lo único que siento es "ssshhhhhhhhh" mientras el aire me golpea todo el cuerpo. Automáticamente recuerdo la regla número 1, mentón arriba, y cuando la aplico empiezo a estabilizarme y a elevarme como por arte de magia. Trato de mantener la posición para seguir elevándome: por momentos subo, pero cualquier pequeño cambio que hago hace que baje varios centímetros. El instructor me da ánimo y si caigo mucho él mismo me levanta agarrándome de las asas que tiene el mameluco. |
Sí, parece que ahora sí estoy dominando el asunto... ya van varios segundos de corrido que no bajo y estoy a un metro del suelo. Pero el instructor me hace recordar la última regla... relax. Y en este momento recién me doy cuenta de que estoy toda dura y tensionada. Y hago lo que debí hacer desde el principio: me aflojo y floto. Empiezo a sentir una comunión entre el aire y mi cuerpo. Se cumplen los 2 minutos y salgo.
¡Esto está alucinante! ¡Ya quiero hacerlo de nuevo!
Ahora es el turno de Nacho y realmente es gracioso verlo ahí dentro.
De a poco le va agarrando la mano y es increíble ver a semejante cuerpito elevarse como si fuera "peso pluma".
Los dos minutos vuelan y ya está afuera también para dejarle paso a los profesionales. ¡Cuando lo hacen ellos parece tan fácil! Suben y bajan a piacere, giran, forman figuras. |
|
Se viene la segunda vuelta; ahora al menos tengo los conceptos básicos dominados. Pero cuando pienso tener todo bajo relativo control el instructor me toma de los brazos y se pone a flotar conmigo. Y de pronto me empieza a elevar a toda velocidad dando vueltas por el tubo: estamos a 10 metros del suelo y nadie puede borrarme la sonrisa de la cara. Esto último debido a que el aire es tan potente que una vez abierta la boca es imposible cerrarla. Debo ser lo más parecido a un perro viajando en auto y mirando con la cabeza por afuera de la ventana (babeo incluido).
Termina mi turno y salgo totalmente acelerada; esto no me lo esperaba en absoluto. Nacho hace su último vuelo, pero yo no puedo resistirme a intentarlo una vez más, así que antes de lo pensado (y habiendo accedido a pagar el plus) otra vez estoy dentro.
Esta vez el instructor intenta enseñarme a desplazarme hacia adelante y hacia atrás extendiendo y recogiendo brazos y piernas. Algo tan básico en la teoría puede no ser tan fácil en la práctica, así que luego de varios intentos fallidos logro hacerlo una vez. Pero esa no es la razón por la que estoy ahí de nuevo: y el instructor lo sabe más que nadie así que se deja de bobadas técnicas, me agarra y me lleva a dar vueltas por el techo.
La verdad es que antes de venir aquí no tenía ni idea de qué esperar. Y ahora que ya sé cómo es, creo que es una experiencia que todo aquel que pueda debería vivir.
Hora de volver a ser simples mortales... mientras nos vamos sacando los mamelucos charlamos con uno de los profesionales que para sorpresa nuestra es chileno. Le pregunto si no le da miedo tirarse en paracaídas y me dice que es como andar en moto: cada vez que te subís a una da un poco de nervios, pero nada más.
Y la pregunta obligada: ¿cuántas veces se tiró desde un avión? Y el número que obtengo por respuesta me deja totalmente boquiabierta... ¡8.100 veces! ¡Por Dios! Pero una cuenta rápida hace que los números cierren: suponiendo que es instructor hace 15 años y que se tira 2 veces por día, 5 veces a la semana ya anda en los 7.200 saltos, así que no es tan disparatado; si dijo 8.100 es porque definitivamente los tiene contados.
Menudo trabajo tiene el tipo... lo que me hace pensar ¿cuántas veces escribí "SELECT * FROM" en mi vida? No sé si lo hice tantas veces. Aunque en realidad si lo quisiera comparar con algo más adrenalinico tendrían que ser "DELETE's" o "TRUNCATE's".
Seleccionamos un par de fotos para el recuerdo, pagamos y nos retiramos; estamos más que satisfechos.
Y ahora si, a morir en el cliché: si estamos en Orlando hay que hacer compras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario