Realmente no entiendo mucho qué está pasando. Por un lado soy totalmente consciente de que en unas horas voy a estar subida a un avión; por otro parece algo irreal.
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A decir verdad estoy en ese punto en el cual estar en el trabajo ya no tiene sentido. Cada vez que intento concentrarme en algo, una vocecita interior me rezonga diciéndome “Ya deberías tener la valija pronta” y logra que nuevamente pierda el hilo de lo que vengo haciendo.
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La gente me saluda como si me fuera a ausentar semanas, y no comprenden cómo en 5 días voy a estar nuevamente en Uruguay. Me da hasta un poco de vergüenza la situación, y trato de justificarme diciendo… “No soy Susana Giménez que se va el fin de semana a Miami... los pasajes los sacamos gratis con las millas”.
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Pero más allá de todo, lo que me preocupa es que Juli en esta oportunidad no nos va a acompañar. Y cada vez que lo recuerdo un montón de preguntas invaden mi cabeza… ¿soy una mala madre?, ¿extrañará?, ¿y si le llega a pasar algo y no estoy?
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Sé que queda en buenas manos… Yaya Susy y Tata Antonio son una garantía, así que dejo de mortificarme inútilmente y miro hacia adelante: Orlando nos espera.
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Al ser un viaje tan cortito no hay mucho problema con la preparación de la valija (o mejor dicho del carry-on) y en unos minutos queda pronto, conteniendo 3 mudas de ropa para cada uno… todo lo demás el Tío Sam proveerá.
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Llega el momento de la despedida y como era de esperar se me llenan los ojos de lágrimas cuando abrazo a Juli… ella en su inocencia saluda como si nada fuera de lo común estuviera a punto de ocurrir, y allá se va con los abuelos lo más pancha.
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Al ratito llegan Pablis, Ceci y Rodri, nuestro transporte hacia el aeropuerto. Para un niño de 6 años quedarse en Montevideo mientras que sus tíos se van a Disney debe ser una herejía, y por tanto no para de preguntarnos si nos puede acompañar. Tratamos de conformarlo diciéndole que todavía es muy chico, que cuando sea más grande va a poder ir, y le prometo que voy a traerle algún chiche de “Mi Villano Favorito”.
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Allá vamos tranquilos, conversando de las actividades que tenemos planificadas para estos días, cuando a lo lejos ya se perfila la terminal aérea. El ingreso se dilata unos minutos más ya que Pablo entretenido con la charla se pierde de doblar en la salida correspondiente al aeropuerto y tenemos que hacer unos kilómetros extras para volver.
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Unos minutos después estamos en “Partidas” saludando y bajando las cosas del auto, cuando atrás nuestro para un taxi del cual vemos que baja Lali. La saludamos sorprendidos y nos enteramos que vamos en el mismo vuelo: ella luego continúa hacia Nueva York.
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Es cómico escucharla hablar por celular con Ale mientras le cuenta que viajaremos juntos: la última vez que los vimos fue un par de semanas atrás en el festejo del cumple de ambos (¡debe ser raro cumplir el mismo día!) entre guacamole, tacos, tequilas y margaritas. En esa oportunidad no dio para comentarles del viaje, así que para ellos es toda una novedad.
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Aeropuerto Carrasco |
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Hacemos el
check-in, y cuando queremos acordar estamos saliendo de Migraciones y dirigiéndonos hacia el
Free-Shop. Aprovecho a comprarme otro par de medias de compresión (dado que las que tenía en casa no las pude encontrar) y al ratito ya estamos abordando el avión.
El tiempo estimado de vuelo hasta Miami es de 9 horas, y abandonamos Carrasco con un cielo tormentoso que me preocupa un poco. Efectivamente la primera hora y media el avión se sacude bastante… como si fuera la entrada en calor para todos los juegos que se nos avecinan.
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Hace días que vengo durmiendo poco y mal: estoy sumamente cansada. Por tanto luego de cenar y tomar la infaltable aspirina caigo en un sueño profundo que sólo se ve interrumpido por el desayuno, unas cuantas horas después.
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Estamos a 7.500 kilómetros de casa… así que… what the hell… ¡a disfrutar se ha dicho! |
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